miércoles, 29 de octubre de 2008

Pueblito

Actor egresado del Instituto Nacional de Bellas Artes, Gabriel del Río participó en 1962 en la película Pueblito, dirigida por Emilio Indio Fernández, en la que compartió créditos con actores como Fernando Soler, María Elena Marqués y Lilia Prado.
Aquí, un video del citado filme, en el que aparece el poeta al lado de Fernando Soler en su papel de Gilberto.

Y de vergüenza se encendió mi cara


En su época como periodista, Gabriel del Río tuvo ocasión de conocer de cerca a campesinos encargados de la siembra del ixtle.
De ahí surgió este poema que habla en su nombre como en el de tantos otros mexicanos sin protección ni apoyo.


Y de vergüenza se encendió mi cara
Gabriel del Río

Ya estoy aquí en la vida placentera
y no puedo olvidarte compañero,
con tu sol y tu cera
y el inmenso desierto
que a tu cuerpo se pega
y te sigue hasta el pueblo,
lamiendo tu tristeza
como perro faldero
Pasé por la tribuna donde se habla
de justicia social y de progreso
y recordé tu cara
y tu roto sombrero
y tu vida sin pan
y tu huérfano cielo;
tu candelilla mustia
y tu ixtle sangriento.
Crucé por los caminos donde al hombre
le ha nacido pelambre de borrego
y a las urnas lo llevan en caminones
a votar, insensible, sordo y ciego…
Pasé por los poblados donde el yanki
con migajas de pan abyecto
conquistó al minero…
Pasé por la tribuna donde se habla
de justicia social y de progreso
y recordé tu casa
y tu huérfano cielo
y tu vida sin mancha
y tu inútil lucero;
tu candelilla mustia
y tu ixtle sangriento
y el agua sucia y turbia
que bebes por calmarte
la sed del cuerpo enfermo
y la muerte de tu hijo
en medio del desierto;
las voces de los niños
y sus barrigas de hambre
y el puño que se cierra
y la fuerza que nace
y el norte, sol y cera,
queriendo liberarse.
Y de vergüenza se encendió mi cara
al soportar aquello, compañero
de mirar la tribuna donde se habla
de justicia social y de progreso.

EL SOCIO


Como periodista, Gabriel del Río tuvo ocasión de conocer de cerca problemáticas de ciertos sectores de la población mexicana más desprotegidos que otros.
Uno de ellos fue el de los mineros, cuya situación no ha cambiado ahora con respecto a la que retrata el autor en su célebre poema El Socio.
Como nunca, el eco de sus palabras resuena en estos tiempos de reformas petroleras y entreguismo hacia los extranjeros.


EL SOCIO
Gabriel del Río

Todo está ya dispuesto para el parto;
va a dar a luz la tierra, por la herida
que le hicieron sus hijos con las manos,
trabajando en el fondo de la mina.

Por túneles de sangre y silicosis,
el minero sin luz suda y se arrastra;
ha creado bajo el sol la eterna noche,
abriendo las entrañas de la patria.

El fruto sera ópimo y excitante;
correrán cataratas de monedas;
habrá para comprar playas y yates,
autos, joyas, prostíbulos y aldeas.

El minero también tendrá su parte;
que se administrará en pequeñas dosis;
alcanzará la vida para darle
su ganancia de sangre y silicosis…

Pero un día, del fondo de la tierra,
de la entraña sangrante de la patria,
donde el dolor del hombre es plata y piedra,
se alzará la justicia de los parias.

Barro y bronce serán los nuevos frutos
de la mina, con verdes de esperanza.
¡Harán estremecer al socio rubio
las voces de Cuauhtémoc y Cuitláhuac!

El látigo vendrá del cielo obscuro,
Como rayo que cruza la montaña.
¡Irá en busca del sucio socio rubio
a expulsarlo del centro de la patria!.

domingo, 26 de octubre de 2008

POEMA " EL ELOTE "




Es sorprendente como el poeta Gabriel del Rio, tomando un elemento tan nuestro como es el elote, hace un poema tan profundo, que nos muestra una verdad tan dura, pero tan cierta, una realidad que muchos quieren ocultar, pero que muchos no podemos ignorar. Declamado en su voz prodigiosa este poema nos llega a lo mas profundo del alma, mueve nuestros sentimientos y a mas de uno nos humedece los ojos.

sábado, 18 de octubre de 2008

POEMA " MEXICO NIÑO "



Hay quienes han podido trascender mas allá de su muerte, éste es el caso de Gabriel del Rio, quien nos ha dejado su obra impresa, pero también nos ha regalado su voz, con la cual podemos recrearnos recordando su poesía, la cual es bella, pero es un verdadero deleite escucharla en su propia voz.......... nadie como él para declamarla.

lunes, 13 de octubre de 2008

La Rebelión de las Flores


En los últimos años de su vida, Gabriel del Río pugnó por seguir publicando su poesía.
Pero las editoriales le cerraron la puerta con el argumento de que la poesía no era algo rentable en nuestros días.
Sin embargo, hasta su último aliento y en sus últimos trabajos, el autor siguió defendiendo la idea de que la poesía era una necesidad básica en un mundo cada vez más insensible.
Este es el poema que le da título a su primer libro de poesía.


LA REBELIÓN DE LAS FLORES

Gabriel del Río


Una tarde de mayo,

las flores decidieron

renunciar al perfume

y levantarse en armas

e incendiar con el rojo de su ira

todo lo que en la tierra se encontrara

listo para parir

la abyección ancestral de la injusticia.

Les pareció a las flores

que había que dar colores encendidos

a las pálidas frentes de los niños

que, descalzos, caminan

y tienen solitario el intestino.


Meditaron las flores

sobre el crimen de lesa humanidad

que cometen los toscos

y ventrudos magnates

que hacen de la política

un modo de lucrar

y no una ciencia

para dar al que sufre

un edén terrenal.

Pero he aquí que las flores,

las perfumadas flores

que sólo oyeron el jadear

del desigual combate,

que entregaron su vida

bajo el casco salvaje

del caballo del héroe,

no contaban con armas respetables,

no podían sembrar muerte

y en sus manos inermes

sólo tenían colores: amarillo, violeta,

rojo, morado, verde.

¿Qué hacer para acabar con la injusticia?
Por eso decidieron

renunciar al perfume,

hacer huelga de néctares

y dejar olvidadas

para ocasión mejor

las vibraciones.

No volverían a estar

en ramos aristócratas,

ni a ser regalo para las rameras

mientras un niño triste

comiera panes duros

y no fuera a la escuela.

La huelga de las flores

-de colores caídos,

de aromas olvidados por los hombres-

empezó en una tarde

calurosa de mayo,

en un ejido pobre.

Desde entonces los campos

se vistieron de luto

y el agua no bajó de las montañas

y el frío hizo presa de los nidos

y todas las muchachas

dejaron de reír y no hubo trinos,

ni arados ni silbatos en las fábricas.

Fue entonces cuando el amo

dejó el látigo en casa

y cayó la primera letra negra

en la página blanca.

El elote


Un día, conversando con su hermano Salvador, Gabriel del Río sostenía que se podía sacar poesía prácticamente de cualquier objeto, paisaje o persona.
Su hermano le sugirió entonces realizar un poema a lo primero que vio en el camino: un elote.
El resultado son estos bellos versos con un alto grado de protesta y nacionalismo.


EL ELOTE

Gabriel del Río


De la milpa a la ciudad

vino el elote en el viento,

cruzando mares y ríos,

llanos, veredas y cerros,

para llegar, fatigado,

en busca de Juan Anselmo.

Llegó a la urbe dormida,

huérfana de limoneros

y se sentó en las esquinas,

junto a cuatro basureros,

a dormitar y a esperar

que pasara Juan Anselmo.

Nadie pisaba el asfalto

de la calle sin luceros;

la madrugada era gris

y el suave viento de enero

venía de correr parranda,

despeinado y casi muerto.

El elote sintió frío,

del frío que cala huesos;

dentro del bote con agua

caliente se creyó enfermo,

de tanto y tanto esperar

que pasara Juan Anselmo.


Dos trenzas venían con él,

dos trenzas de negro pelo

que también habían salido

en busca de Juan Anselmo.

Nunca supo nada de él

desde que él se fue del pueblo

con rumbo de la ciudad,

con los ojos muy abiertos

para tratar de encontrar

trabajo seguro y bueno.

De la fábrica emergieron,

fatigados, los obreros

y se untaron por la calle,

seguidos por doce perros.

El elote los vio ir

cuando se metió el portero;

por ellos supo que estuvo

en el taller Juan Anselmo,

pero que de ahí salió

para irse de bracero

a los Estados Unidos,

con huellas de hambre en el cuerpo.

Hambre que salió con él

cuando desertó del pueblo,

lo acompañó en el taller

y lo llevó de bracero...


Adiós, que te vaya bien;

¿cuándo vendrás, Juan Anselmo?

Aquí te espera el elote

junto a cuatro basureros,

viendo en las tardes salir

de la fábrica al obrero

¡y arrastrarse por la calle,

seguido por doce perros!

miércoles, 8 de octubre de 2008

Las raíces y los frutos de Gabriel del Río

Todo personaje tiene orígenes y en algunos casos da frutos. En el caso de los poetas no es distinto y a veces sus vidas transitan de modo tan metafórico como su obra misma.


domingo, 5 de octubre de 2008

CANTO DE MOCTEZUMA ILHUICAMINA


La sinopsis el libro Desde la Azul Entraña (Edamex, 1997) reza: "El poeta autor de este libro comete el delito de estar comprometido con las lágrimas del pueblo, con el infinito sufrimiento de los que nada tienen y con el ensangrentado camino de La Patria saqueada, vendida y pisoteada.
"Por tanto, pudiera ser que este libro no dijera nada a los intelectuales agrupados en capillas ni a los gobernantes tecnócratas. Al autor eso no le importa, con tal de que diga algo a los pobres, a los obreros desamparados y a los labriegos tristes, a los indígenas descalzos y a los niños sin mañana, a los estudiantes que viajan en Metro o en Combi.
"¿Para qué quiere más? Al poner este libro en tus manos, amigo lector, tú lo juzgarás mejor que nadie. Que llegue a tu alma es lo único que importa, para que no sea verada que los poetas son una especie en extinción".






CANTO DE MOCTEZUMA ILHUICAMINA





Gabriel del Río





Desde el tierno regazo de mi madre


princesa matlacinca,


supe que vine al mundo


para flechar al cielo,


para ser Moctezuma Ilhuicamina


el monarca rodeado de hechiceros





Mixcoátl me entregó al trono


del luminoso imperio


porque yo fui el guerrero


que condujo al fragor de la batalla


al poderoso ejército


siempre en son de conquista,


porque también Itzcóatl me dio la chispa


del pedernal contra la cobardía.


Y extraje el corazón negro del miedo;


mi valor era inmenso;


nunca me amedrentó el enemigo,


porque si de rival yo derramaba


la sangre, la ofrecía a Hutzilopochtli


y él al imperio azteca engrandecía


y hacía con su grandeza


cuchillos áureos con piedras en derroche


para rasgar los velos de la noche.





Me heredaron su corazó bravío


los que un día llegaron desde Aztlán.





Tengo la habilidad de Acamapichtli


y también de Tenoch para pactar


y a hurtadillas la gloria conquistar.


Entretejí, como ellos, en mi alma,


multicolores plumas


y pedazos de luna


para hacer mi ciudad más bella y diáfana.


Y la hice majestuosa


y la libré de la furia del agua


que con diques detuve cuando supe


que las serpientes cristalinas iban


a labrar su desgracia.


Y di a la mujer pública castigo


y a la adúltera, muerte


y al ebrio y al ladrón, el desprestigio


porque mi imperio habría de ser de jade,


de oro y obsidiana


de sedoso plumaje


y de atmósfera limpia y perfumada.





Una cima bañada de esplendor


le di al Templo Mayor.


Y enriquecí los silos


y hasta la orilla azul


del mar que un día traería al extranjero


llevé el poder inmenso de mi ejército,


mis magias y mis mitos,


la fuerza de mi imperio


y el rojo corazón de mi enemigo.





Pero una noche negra


a mi imperial ciudad le pondrían sitio.


El águila caería sobre el teocali


y empezaría el azteca sacrificio,


sepultando a la Gran Tenochtitlán


bajo el polvo inclemente del olvido.